Jorge Llopis, un golfo encantador

¿Quién no conoce a Jorge Llopis? No es que me las quiera dar de culto e interesante, pues no lo soy, pero es verdad que este poeta, dramaturgo, actor y cachondo mental es una de las mentes más preclaras del siglo XX español y también uno de los tristemente olvidados por las escuelas, universidades y el famoso y cuestionado canon.

Fue el padre de mi novia quien me lo citó hace ya algunos años y, desde entonces, no me suelo separar de alguno de los libros que tengo, sobre todo cuando hago algún viaje más o menos largo o cuando estoy en sitios tremendamente aburridos.

El primer texto que leí fue, por supuesto, el más conocido y accesible: “Las mil peores poesías de la lengua castellana”, que no es solamente una falsa y burlona antología, sino que también es un falso y maravilloso manual de retórica. Allí nos encontramos con pasajes de este tipo:

                                                                                DON JOSÉ CADALSO

Vamos por partes. Habrá observado el inteligente y sagaz lector de este tratado, casi opúsculo, que desde la muerte de Quevedo, en 1645, esta antología falsa pega un salto de un siglo, pues el señor Cadalso nació en 1741.
¿Qué ha sucedido? ¿Por qué esa pausa, ese paréntesis? ¿No hubo en cien años un solo ingenio, un solo talento de quien hablar, por lo menos de pasada?
¡No lo hubo! Así como suena. Florecieron, sí, escritores de segunda o tercera fila, como Sor Juana Inés de la Cruz, Bances Candamo, Soto de Rojas, Torres Villarroel y al decir “florecieron” me estoy refiriendo, claro, a que les salían ramitas del meollo, que se ponían preciosas todas las primaveras. Pero no producían ni una sola obra de verdadera importancia.
Así que, sintiéndolo mucho, nos tenemos que trasladar al siglo XVIII, donde tampoco hay poetas de categoría y de rango -quizá son peores que los que omito voluntariamente-, pues todos ellos están muy preocupados por unas reglas que convertían en cartón piedra cuanto tocaban.

Y de este otro:

EL ESCRITOR, SUS FACULTADES Y PERENDENGUES

Se da el nombre de escritor a un señor que, generalmente, se pasa la vida sin un céntimo. A veces el escritor se torna glorioso, circunstancia que le permite comer algunos días de la semana. Cuando dos escritores se reúnen, pueden suceder varias cosas:

1ª que decidan hacer una comedia en colaboración;
2ª que hablen mal de un tercer escritor, que, casualmente, no se halla presente;
3ª que se limiten a tomar café.

Cuando en vez de ser dos los escritores reunidos, son tres, hablan mal, no sólo del colega que se encuentra ausente, sino de todos los escritores españoles y extranjeros. Cuando en la reunión hay más de tres escritores que hablan mal, se llama Café Gijón.


En Internet se pueden encontrar algunos poemas, sobre todo el titulado “Serranilla sangrienta”, que es una espléndida y divertidísima serranilla al más puro estilo Marqués de Santillana. Hay también alguna página en donde se hace una reseña muy interesante al compendio de su vida, obra, su participación en la revista "La codorniz", etc., así que no hace falta que me las dé de erudito, pues pecaría de sofista
Lo que sí voy a poner, por petición de mi amigo Pepe, es un poema de otro gran libro: “La rebelión de las musas”, en donde se sigue parodiando estilos tan afamados como el anteriormente citado o el de Federico García Lorca. Estos versos son una admirable imitación del archiconocido poema titulado “El cuervo”, de Poe.



EL LORO
(Con permiso  de míster Poe)

A Susana Canales, que es como decir
a Diana, a Venus, a Minerva, pero más
guapa que ellas.


Una noche bochornosa;
una noche cuya atmósfera execrable,
tremebunda y apestosa,
incordiosa,
despreciable,
excitaba mi cabeza sudorosa,
yo me hallaba en mi casucha miserable
de Tortorsa.

A mi frente hipocondriaca
se acercaban mil ruidos, que yo, obseso,
repetía, lo confieso:
una vaca
de regreso
a su establo, que es caricia, mimo y beso,
y más lejos – traca, traca, traca, traca-,
un expreso.

Una mano acaso experta
en dar golpes agoreros, inquietante,
asestó sobre mi puerta
-puerta tuerta
que a Levante
daba siempre-, cierto golpe espeluznante.
Yo repuse con el alma casi muerta:
“¡Adelante!”

Mi cabello se ensortija
de emoción al recordarlo… Sudo y lloro…
Mi razón se desvencija…
Rememoro:
La manija
de la puerta gira, gira… Me incorporo,
y en la helada y nada cómoda rendija,
veo un loro.

Aquel pájaro precito,
que nació en el cacahué y el aguacate,
derechito, derechito,
el maldito
botarate,
se subió en un cortinón color granate,
y dio un grito, un pavoroso y torvo grito:
“¡Chocolate!”

¿Fue sentencia cabalística,
o enigmático y teúrgico el acróstico?
¿Era un lapsus de lingüística?
¿Era mística,
y el diagnóstico
mistagógico era luz y viento gnóstico?
¿O era, en cambio, tongo y filfa silogística
de pronóstico?

Dirigíme al ave impía
-disculpad que mis anhelos no recate-
y le dije: “Por mi tía
Rosalía
Cabañate,
que no sé si lo que has dicho es un dislate”.
Mas el pájaro, obstinado, repetía:
“¡Chocolate!”

“¿Qué sentido sobrehumano
le estás dando a esas tabletas, que en la tienda
compra el probo ciudadano?
Haz que entienda,
loro hermano;
haz que caiga de mis ojos esta venda,
ya que veo solamente en ese arcano
la merienda.

¿Por qué vite y admitite?
¿Por qué trágico e insólito avenate
un tortazo no “te” dite?
¿Por qué oíte?
Por qué late
en mi pecho un corazón que se debate…?”
Un silencio, y luego el pájaro repite:
“¡Chocolate!”

De mi oído ya apoplético
no se borra tu tremendo aviso fónico,
y mi duda te hace herético
o exegético
o plutónico.
Mas, ¿quién eres, que así parlas, salomónico?
¿Un Cagliostro o un augur seudo magnético
macarrónico?

“No pretendas que yo trate
-dijo el loro con sonrisa indefinida
y un fulgor color tomate-
del remate
de esta vida:
chocolate es lo que aliente y lo que late,
y el origen y el final de esta partida:
chocolate”.

“¡Líbrame ya de tu yugo!”
-espetéle con el alma majareta-
y caí de mi banqueta,
hecha en Lugo,
de moqueta,
y en el suelo fui chupando todo el jugo
a una estatua en alabastro del poeta
Víctor Hugo.

Una gran metamorfosis
me cambió desde esa noche. En mi petate
grito, lleno de neurosis…
La halitosis
me combate,
y remite si suavizo mi gaznate,
degustando e ingiriendo a grandes dosis
¡¡chocolate!!

Comentarios

  1. Desde luego, como diría una ilustre amiga nuestra, habiendo chocolate, ¿por qué nadie, ni siquiera un loro, iba a pedir otra cosa? lástima que queden tantos meses para el roscón de Reyes.

    ResponderEliminar
  2. Totalmente de acuerdo contigo, ¿quién podría, habiendo chocolate, tomar cualquier otra cosa? Es una pena lo del roscón, debería repetirse la dulcísima experiencia por lo menos cada seis meses, que es, más o menos, el tiempo en el que yo tardo en recuperarme del empacho. Miau.

    ResponderEliminar
  3. Podrías, por favor, indicarme si tienes noticia de una serie de sonetos maravillosos que LLopis dedicó a los instrumentos musicales y fueron apareciendo en las páginas de la Codorniz, aproximadamente hacia los años 73, 74.
    Tenía alguno de ellos, recortado de la propia revista, pero me desaparecieron a lo largo de estos años.
    Muchas gracias.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Poema visual II. Un toque ultraico.

Los poemas del Mar Menor